La evaluación en el aula es una práctica totalmente necesaria que ha de desarrollar cada docente en su día a día. Implica una recogida de información y el consiguiente reflejo de la misma.
Evaluar forma parte de nuestro quehacer diario como docentes en el aula, e invertimos gran cantidad de esfuerzo, tiempo y energías en llevarla a cabo. Pero no siempre tenemos claro para qué, por qué y cómo hacerlo.
Al hablar de evaluación rápidamente pensamos en un boletín de notas, un sistema de calificaciones, un número, un juicio de valor… e, indirectamente, siempre es visto como algo negativo para todas las personas que están implicadas en la misma: el profesorado por el desgaste de energía que supone planificarla, llevarla a cabo y plasmarla, los alumnos y alumnas por el estrés, ansiedad o desagrado con el que la viven y la preparan y las familias de nuestros alumnos porque, como receptores de la misma, nunca se encuentran plenamente satisfechos con lo que obtienen de ella.
Evaluar debería suponer un proceso enriquecedor, una ayuda en el desarrollo de nuestra tarea como docentes, un elemento más en el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos y alumnas y sobre todo un instrumento que nos permitiese hacer mejor nuestro trabajo, en definitiva, un elemento que aporte y mejore el proceso de enseñanza aprendizaje y no un hándicap en el mismo.